Felipe IV (1621-1665) tenía una personalidad mucho más fuerte. Sucedió a su padre a los 16 años. Inteligente y culto, era capaz de tomar decisiones sobre asuntos de gobierno,aunque le faltaba voluntad para dirigirlas y constancia en las ideas. A Felipe IV le gustaban las artes y las mujeres, lo que hacía que descuidara a menudo sus deberes de estado. Da la impresión de que las desdichas de su gobierno se debieran más a la fatalidad que a la debilidad de su carácter.
Su valido Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, estudió derecho en la Universidad de Salamanca. A la muerte de Felipe III fue nombrado grande de España y valido del rey. Ambicioso "ahora todo es mío", inteligente, culto, bibliófilo, sin prejuicios antisemitas frecuentes en la época, era capaz de hacer planes audaces e innovadores.
Se empeñó en que España conservara su rango de primera potencia europea. Para lo que era necesario reorganizar el sistema de gobierno, modernizar las instituciones, la economía y la sociedad. Pero llegó demasiado tarde. La Francia de Richelieu era una nación en expansión, la España de Olivares era un país agotado por un siglo de esfuerzos. El fracaso del conde-duque se explica por esa herencia.
En cuanto se hizo cargo de los asuntos del estado, el conde-duque tomó iniciativas para convencer de que estaba decidido a luchar contra la corrupción. Apresamiento del duque de Uceda, acusación de malversación del duque de Osuna, confiscación de los bienes del duque de Lerma, ejecución de Rodrigo Calderón. Esta actitud le granjeó las simpatías del pueblo. Los agentes del rey debían declarar su patrimonio al comienzo y al término de su función. Medida que cayó en desuso.
Intentó moralizar la sociedad, también sin acierto. Otra de sus preocupaciones era la reforma de la enseñanza. Sugirió cerrar las escuelas de gramática (en las que se enseñaba latín) por no responder a las necesidades del país. Convencido de que faltaban élites bien formadas creó centros de administración que tuvieron que cerrar por falta de medios.
No tuvo más fortuna en sus intentos de modernizar y nacionalizar la economía. Quiso crear un banco nacional a la manera del que funcionaba en Holanda, pero se encontró con la oposición de quienes no pagaban impuestos y hacían recaer la carga sobre los demás. Estaba impresionado por el dinamismo y eficacia de los holandeses, un pequeño país que se había convertido en potencia comercial. Para que esta idea prosperase había que cambiar las mentalidades. Los españoles estaban convencidos de que la nobleza consagraba el éxito social: la renta y el servicio al rey.
La bancarrota de 1627 le convenció de que debía prescindir de los banqueros genoveses, reemplazándolos por los portugueses, súbditos del rey, y que mantenían negocios con las comunidades judías de Amsterdam. Esto de hacer trato con "marranos" tropezó con fuertes resistencias mentales y no lo consiguió.
Intentó reformar la Hacienda: aumentar el rendimiento del impuesto y repartir la carga entre los reinos de la monarquía. Sustituyó el impuesto de los millones, muy impopular, por el de la sal, monopolio del Estado. También quería evitar que Castilla sufriera todo el esfuerzo y que el resto de territorios asociados pagasen. Esta iniciativa la plasmó en la Unión de Armas de 1626 y provocó disturbios en Cataluña, Bilbao, Portugal, Nápoles, Milán, etc. Esto acabó con la separación definitiva de Portugal y temporal de Cataluña.
Los factores que contribuyen al fracaso de las reformas de Olivares fueron: la situación económica, el egoísmo de las oligarquías y los métodos autoritarios del conde-duque.
Olivares quería que España conservara su rango y preponderancia en Europa. La política exterior estaba basada en dos pilares: la solidaridad con los Habsburgo de Austria y la defensa del catolicismo.
Sin embargo la fe católica podía adaptarse a consideraciones pragmáticas, ayudando a quienes no eran católicos para debilitar a Francia, después los teólogos se las arreglaban para justificar estas alianzas: al tratarse de una guerra justa un príncipe católico se podía apoyar en herejes.
La razón última de la política exterior era la solidaridad con los Habsburgo. Las dos casas -la de Madrid y la de Viena- debían permanecer unidas. Esta política implicaba intervención en los Países Bajos, control de las comunicaciones terrestres: Milán y los puertos de los Alpes. Estos intereses muchas veces perjudicaron a España como nación.
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